Russell y Spinoza
Russell y Spinoza
En la
primera página de la Introducción a su Historia de la Filosofía, escribe Bertrand
Russell:
“Los conceptos de la vida y del mundo que llamamos
filosóficos son producto de dos factores: uno está constituido por los
conceptos religiosos y éticos heredados; el otro, por el tipo de investigación
que se puede denominar científica, empleando la palabra en su
sentido más amplio. Algunos filósofos han diferido ampliamente respecto a la
proporción en que esos dos factores entran en su sistema; sin embargo, es la
presencia de ambos la que en cierto grado caracteriza la filosofía.Leer más...
Filosofía es una palabra que se ha empleado
de muchas maneras, unas veces en sentido amplio, otras en uno más restringido.
Quiero usarla en sentido muy amplio, tal como intentaré explicar a
continuación.
La filosofía, conforme a mi interpretación de la palabra, es
algo que se encuentra entre la teología y la ciencia. Como la teología,
consiste en especulaciones sobre temas a los que los conocimientos exactos no
han podido llegar, pero, como la ciencia, apela más a la razón humana que a una
autoridad, sea ésta de tradición o de revelación. Todo conocimiento definido pertenece a la ciencia – así lo
afirmaría yo- , y todo dogma, en
cuanto sobrepasa el conocimiento determinado, pertenece a la teología. Pero
entre la teología y la ciencia hay una Tierra de Nadie, expuesta a los ataques
de ambos campos: esa Tierra de Nadie es la filosofía. Casi todos los problemas
que poseen un máximo interés para los espíritus especulativos no pueden ser
resueltos por la ciencia, y las contestaciones de los teólogos ya no nos
parecen tan convincentes como en los siglos pasados. ¿Está dividido el mundo en
espíritu y materia? Y, suponiendo que así sea, ¿qué es espíritu y qué es
materia? ¿Está el espíritu sometido a la materia o se encuentra poseído por
fuerzas independientes? ¿Tiene el universo unidad o finalidad? ¿Está
evolucionando hacia una meta? ¿Existen realmente leyes de la naturaleza, o
creemos solamente en ellas por nuestra innata tendencia al orden? ¿Es el hombre
lo que le parece al astrónomo, a saber: un minúsculo conjunto de carbono y
agua, moviéndose impotentemente en un planeta pequeño y de poca importancia? ¿O
es lo que le parece a Hamlet? ¿Acaso las dos cosas a la vez? ¿Existe una manera
noble de vivir y otra baja, o son todos los modos de vida meramente fútiles? Si
hay un modo de vida noble ¿en qué consiste y cómo lo realizaremos? ¿Debe ser
eterno lo bueno para merecer una valoración, o vale la pena buscarlo, incluso
en el caso de que el universo se moviera inexorablemente hacia la muerte?
¿Existe la sabiduría, o lo que parece tal es solamente un último refinamiento
hacia la locura? Cuestiones como éstas no encuentran contestación en ningún
laboratorio. Las teologías han alardeado de dar respuestas, todas demasiado
determinadas, pero precisamente su seguridad hace que el espíritu moderno las
mire con recelo. El estudio de estos problemas, aunque no alcance sus
soluciones, es la misión de la filosofía.”
Y, un poco
más adelante, cuando habla de los atomistas (Leucipo, Demócrito, Epicuro) dice
que sus teorías estaban más cerca de la ciencia que ninguna otra de la
antigüedad y escribe:
“Los atomistas, a diferencia de Sócrates, Platón y
Aristóteles, querían explicar el mundo sin introducir la noción de
propósito o causa final; ésta última es un
suceso en el futuro por causa del cual tiene lugar el acontecimiento. Este
concepto se puede aplicar a los asuntos humanos. ¿Por qué cuece el panadero
pan? Porque la gente tendrá hambre. ¿Por qué se construyen ferrocarriles?
Porque la gente deseará viajar. En tales casos, las cosas se explican por el
fin para el cual sirven. Cuando preguntamos ¿Por qué? respecto
a un suceso, podemos referirnos a una u otra de estas dos cosas. Podemos querer
decir ¿Para qué fin sirve esta acción?, o ¿Qué
circunstancias anteriores causaron este suceso?. La contestación a la
primera pregunta es una explicación teleológica o por causas finales; la
respuesta a la segunda es mecánica. No comprendo cómo pudo saberse de antemano
cuál de las dos cuestiones debía preguntar la ciencia, o si acaso las dos. Pero
la experiencia ha demostrado que la pregunta mecánica conduce al conocimiento
científico, mientras que la teleológica no. Los atomistas plantearon la
cuestión mecánica, dando una respuesta mecánica. Sus sucesores, hasta el
Renacimiento, se interesaron más por el lado teleológico, y por eso la ciencia
llegó a un callejón sin salida.
En cuanto a ambas cuestiones, existe una limitación que
frecuentemente se ignora, tanto en el pensamiento popular como en la filosofía.
Ninguno de los dos problemas puede ser planteado claramente sobre la realidad
en total (incluyendo a Dios), sino solamente sobre partes de ella. Respecto a
la explicación teleológica, desemboca generalmente en un Creador, o al menos en
un Hacedor cuyos fines se realizan en el curso de la naturaleza. Pero si un
hombre es tan obstinadamente teleológico que continúa preguntando qué fin
persigue el Creador, su pregunta es, evidentemente, impía. Además carece de
sentido, puesto que para darle significado deberíamos suponer que el Creador a
su vez fuese creado por algún supercreador, a cuyos fines sirve. La concepción
de la finalidad, por lo tanto, es aplicable solamente dentro de la realidad,
pero no a la realidad como un todo.
Un argumento parecido se aplica a las explicaciones
mecánicas. Un suceso es causado por otro, este otro por un tercero, etcétera.
Pero si investigamos la causa de todo, nos vemos llevados de nuevo hasta el
Creador, el cual no debe tener causa. Todas las explicaciones causales deben
tener, por lo tanto, un comienzo arbitrario. Por eso no es un error de los
atomistas, el haber dejado sin explicar los movimientos originales de los
átomos.”
Y ahora
basta de textos russelianos y tratemos de analizar con sus enseñanzas el último
ensayo filosófico que he leído (Vicente Serrano, La Herida de Spinoza, Felicidad y
política en la vida posmoderna. Barcelona 2011. Anagrama). Para ello
recordemos el esquema: Imaginamos un segmento de una recta horizontal
(Filosofía o tierra de nadie), hacia un lado (pongamos el izquierdo) una flecha
que nos indica la tendencia hacia el conocimiento de la naturaleza (el
universo, todo lo que existe) de forma científica, con preguntas y respuestas
mecánicas. Hacia el otro lado (el derecho) la tendencia hacia la divinidad, la
teología y el dogma, con cuestionamientos teleológicos.
El pretexto
o hilo conductor del ensayo es una crítica a otro libro, éste del neurobiólogo
Antonio Damasio, En busca de Spinoza.
Neurobiología de la emoción y los
sentimientos. Barcelona 2005, edit. Crítica. Casi al final del libro,
afirma Damasio lo siguiente:
“Al principio de este libro, describí a Spinoza como a la vez
brillante y exasperante. Las razones por las que lo considero brillante son
evidentes. Pero una razón por la que lo considero exasperante es la tranquila
certeza con la que se enfrenta a un conflicto que la mayoría de la humanidad
todavía no ha resuelto: el conflicto entre la opinión de que el sufrimiento y
la muerte son fenómenos naturales que hemos de aceptar con ecuanimidad (pocas
personas cultas pueden dejar de ver la sabiduría de hacerlo así) y la
inclinación no menos natural de la mente
humana a chocar con dicha sabiduría y sentirse descontento con ella. Queda una
herida, y me gustaría que no fuera así. Y es que prefiero los finales felices”
Serrano
afirma que esa herida es porque Damasio no ha comprendido lo más spinozista de
Spinoza. Y lo explica magistralmente, llevando el debate a la actualidad, a la
época postmoderna, a la crisis actual, al universo digital. Para Serrano,
Damasio se convierte en un representante cualificado del hombre actual, del
pensamiento moderno.
Parte de la
constatación de que tanto Spinoza como Damasio buscan la felicidad, pero así
como Spinoza parece haberla encontrado en su temperamento y su filosofía,
Damasio sólo puede encontrarla en la esperanza. En la esperanza de que sus
investigaciones sirvan para superar el sufrimiento y la muerte, en el horizonte
que sea. Aunque en la época de Spinoza (segunda mitad del siglo XVII) el mundo
ya se había abierto a las ideas modernas, la ciencia había comenzado su
expansión y la Tierra no era el centro del universo, lo cierto es que él sabía
que no podía haber felicidad si no había equilibrio y, para ello, tenía que
haber límites (divinos o terrenos). En el mundo antiguo los límites estaban
marcados por la propia naturaleza, el universo. En el cristianismo medieval los
límites los ponía Dios.
Actualmente,
nuestra característica principal es que no hay límites para nada. Nos hemos
convertido en el superhombre de Nietzsche cargados de lo que él llamaba
voluntad de poder, pero no sólo en lo político sino como forma
de ser. Creemos que somos casi omnipotentes. Por supuesto Dios ha muerto, ya no
nos hace falta. Y en cuanto al otro extremo del segmento que imaginábamos
antes, la naturaleza (todo lo que existe, el universo), ahora podemos
reinventarlo todo, pues eso es lo que se pretende con la llamada
realidad virtual. Esa omnipotencia para superar todos los
límites y llegar al dominio de todo crea la ilusión de que todo es posible,
incluida la superación del sufrimiento y la muerte, o el descubrimiento de los
mecanismos que hagan posible la interacción de la mente con el cuerpo. La idea
de felicidad, leitmotiv de todas las filosofías, se basa ahora en la esperanza
de conseguir nuevos logros.
Por eso
Spinoza, que no participa de estas ideas y que ha encontrado la felicidad por
otros derroteros, exaspera a Damasio por mucho que lo admire en otros temas. En
nuestro segmento, Damasio estaría hacia la izquierda, en el dominio de la
mecánica. Y, nos preguntamos, ¿dónde está Spinoza? Pues, a mi entender ni a la
izquierda ni a la derecha. Alguien pensará: en el centro. Pues tampoco. Spinoza
nos ha curvado el segmento hasta hacerlo como un círculo: Divinidad y Natura se
han unido. Se han fundido todo en uno: Deus sive natura
Por lo que
sé de Spinoza (su tratado teológico político y el estudio de Karl Jaspers sobre
él. Me declaro incapaz de seguir su Ética, su principal obra), su
tranquila certeza que dice Damasio, le viene tanto de su
carácter y temperamento como de su sistema filosófico. Él mismo dice que la
felicidad sólo se puede lograr por el amor intelectual a Dios. Deja
muy claro que no se refiere a ninguna visión mística, sino más bien a una
intuición que tratará de razonar a lo largo de su corta vida, sobre su idea de
Dios. Idea que, a su vez, se resume con lo de Deus sive natura. Dios o la naturaleza, pero no como expresión
disyuntiva sino como equivalente (Dios o sea la naturaleza). Es el
controvertido panteísmo de Spinoza. Por eso cierra el círculo, conoce los
límites, encuentra un nuevo centro y tiende hacia la felicidad.
Para
terminar: Yo me he divertido escribiendo esto, imaginando el segmento y
aplicándolo después. Tan solo he querido ejemplificar lo que entiendo por
filosofar. Si alguien siente la necesidad de profundizar más y leer a algún
autor de los que he citado estará dando un paso hacia la filosofía. Al fin y al
cabo, una excursión por la tierra de nadie es buscar el amor intelectual a
Dios.
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