CLINAMEN



    EL CLINAMEN

 A estas alturas creo que es evidente que en algún momento de la Historia nos hemos equivocado. No me refiero a las desviaciones que, luego de algunos años o siglos, se reconducen a la dirección principal. Todos sabemos que la evolución de la Humanidad es la historia de sus avances y retrocesos. Me refiero a una equivocación más grande, incluso, como la que ahora se considera que tuvo lugar cuando Occidente se sumergió en los diez siglos de oscura Edad Media. No es posible que se considere como progreso la actual situación de la ciencia y la técnica cuando se mantienen la injusticia y la desigualdad, cuando la Ética y la Moral apenas avanzan. No es admisible que el progreso esté basado únicamente en la racionalidad, entendida ésta como aplicación de la lógica y las matemáticas, de lo exacto.Continuar leyendo...

¿Por qué el Arte, la intuición, el amor o, incluso, la religión y la metafísica, pesan tan poco en la idea de progreso? Pero es que, además, el cáncer de esta equivocación se está extendiendo a todo el planeta: los orientales la están abrazando como locos, y los árabes aunque divididos al respecto también acabarán por aceptarla. Es cuestión de tiempo y cuatro guerras.

Estas o parecidas reflexiones me llevaron a interesarme por la época en que despierta de nuevo la Razón tras el sueño de la Edad Media. Su triunfo en Galileo y Newton es apoteósico. Ellos empiezan a escribir la música. Berkeley y Descartes ponen el texto. Newton demuestra matemáticamente las leyes que Kepler sólo había formulado por la observación de los astros, sin demostración y  a regañadientes por tener que abandonar su teoría sobre las esferas celestes circunscritas a los sólidos poliédricos. Galileo no le perdonaba que hubiese sustituido las órbitas celestes circulares por otras elípticas. En el tránsito a la nueva forma de pensar, Galileo mantenía muchas reminiscencias platónicas. Eran años de cambios y por ahí se fraguan los errores. Muchos hicieron trampa: Descartes con su justificación de Dios, Galileo con sus experimentos, Newton con su hipótesis non fingo, por poner algunos. Para que las nuevas ciencias progresasen había que inventar toda una rama de las matemáticas, el cálculo infinitesimal, y a ello se ponen Newton y Leibniz por separado y con agrias polémicas por medio.

Y aquí hemos de volver a los griegos y rastrear cómo empezó todo. El camino que conocemos lo alumbran sobre todo Platón y Aristóteles con las baterías cargadas por los presocráticos. Había otro camino, el de los atomistas Demócrito y Leucipo, pero quedó eclipsado y es del que quiero hablar más adelante.

Con relación a esa nueva rama de las matemáticas debemos partir de Eudoxo.

Eudoxo (siglo IV antes de Cristo), discípulo de Platón, había discurrido un método, llamado de exhaución, que en su búsqueda por resolver la cuadratura del círculo, le permitía inscribir un polígono en una circunferencia haciendo que aquél tuviese cada vez más lados aunque más pequeños. Euclides lo define así: “Dadas dos magnitudes desiguales, si de la mayor se quita una magnitud mayor que su mitad y de lo que queda una magnitud mayor que su mitad y se repite el proceso continuamente, quedará una magnitud menor que la menor de las dos magnitudes dadas”. Con este método, el polígono inscrito en la circunferencia, con más y más lados, al final casi coincide con la circunferencia. Pero casi. Nunca será igual a ella, siempre habrá una diferencia.

Con esta inspiración, Newton y Leibniz desarrollan todo el cálculo infinitesimal. Newton llama a su invento de cálculo método de fluxiones, ligado al concepto de velocidad y aludiendo al doblar y más doblar (plegar), mientras que Leibnitz le llama método diferencial, y con esa terminología ha llegado hasta nosotros. Newton y Leibniz fijan, además, el concepto de límite, con lo que el lado más pequeño (diríamos, puntual) es igual, en formulación matemática, a la tangente en ese punto a la circunferencia (y, en general, a cualquier curva), con lo que tenemos la derivada de esa curva (la integral es, por el contrario, el área delimitada por ese polígono que se convierte en circunferencia).  De esa forma, con estos artificios mentales desaparece la diferencia que ni Eudoxo ni Arquímedes se habían atrevido a eliminar. El éxito es tan grande que, sin lugar a duda, puede decirse que ninguna ciencia o técnica hubiera llegado a su desarrollo actual sin la ayuda del cálculo diferencial, de las derivadas y las integrales que concibieron Newton y Leibniz cada uno por su lado (por ejemplo, Galileo no pudo utilizar la noción de velocidad instantánea porque no se había inventado todavía el cálculo diferencial).

 En el Arte, esa mentalidad se plasma en el Barroco con el gusto por las curvas, las volutas y los pliegues. Para Gilles Deleuze,” el concepto operativo del Barroco es el Pliegue en toda su comprensión y su extensión: pliegue según pliegue”.  Y más adelante señala: “La receta del bodegón barroco es la siguiente: paño que crea pliegues de aire o de nubes densas; tapete con pliegues marítimos o fluviales; orfebrería, que arde en pliegues de fuego; legumbres, champiñones o frutos confitados captados en sus pliegues de tierra.” 

El otro camino,  inexplorado, empezó con las ideas o intuiciones de Demócrito y Leucipo, los atomistas, que más tarde recogiera Epicuro. Desgraciadamente apenas quedan algunos textos de ellos. Pero, unos 60 años antes de Cristo, Lucrecio recopiló sus ideas en el extenso poema  De Rerum Natura, La Naturaleza de las Cosas, que gracias a Cicerón y otros ha llegado hasta nosotros. Durante 19 siglos su concepción atómica de la materia no tuvo eco en el desarrollo de la filosofía y cuando los científicos descubrieron el átomo ya era tarde para volver al principio y recomenzar saltándose las cimas de Sócrates, Platón, Aristóteles, y cuantos le siguieron. En ese poema, Lucrecio, auténtico materialista, viene a decir que la moral es la física, el conocimiento exacto de las cosas naturales. Por eso no es de extrañar que en mitad del tratado de los átomos se inserte un tratado del alma.

Pero la idea revolucionaria respecto al atomismo actual es cómo se mueven los átomos. Para Lucrecio los átomos tienen una desviación mínima, una inclinación generadora (nunca una imperfección) que da origen con sus caídas y reencuentros, con su fluir,  a torbellinos, giros, pliegues o formaciones aparentemente caóticas que, en esencia, constituyen la naturaleza y por tanto la vida. Con esa desviación mínima o clinamen que hoy consideramos absurda con nuestra geometría y exactitud, Lucrecio pasa de la física a la metafísica, hace el conocimiento subjetivo, pasa del mundo al alma.

   Y has de entender también, ínclito Memmio,

que aun cuando en el vacío se dirijan

perpendicularmente los principios

hacia abajo, no obstante, se desvían

de línea recta en indeterminados

tiempos y espacios; pero son tan leves

estas declinaciones, que no deben

apellidarse casi de este modo.

  Pues si no declinaran los principios,

en el vacío, paralelamente,

cayeran como gotas de la lluvia;

si no tuvieran su reencuentro y choque,

nada criara la naturaleza.


El clinamen es por tanto la diferencia, el ángulo que evita las paralelas, lo inexacto e imperfecto para nuestro mundo matemático, lo que no encaja bien en nuestra forma de pensar actual, en nuestro conocimiento. Hoy diríamos lo heterodoxo frente a lo ortodoxo.

 Sin embargo ahora nos repugna admitir el clinamen. Pero entonces, en nuestro estado actual de conocimiento ¿cómo encajamos los asuntos siguientes sobre los que planean demasiadas hipótesis ad hoc?:

Desde el advenimiento de la mecánica cuántica, la exactitud matemática cede el paso a la probabilidad. La predicción cierta está vetada (no podemos conocer a la vez la posición y la velocidad de una partícula). Heisemberg formula el principio de incertidumbre o de indeterminación.

Desde la teoría de la evolución biológica ha resultado que las mutaciones aleatorias en los genes son esenciales para la continuación de las especies y de la vida

Desde la moderna astronomía, la opinión mayoritaria es que todo se originó en un Bing Bang, una singularidad completamente externa a las leyes que conocemos y, por tanto, totalmente desconocida sobre la que no podemos decir nada. 

Desde Einstein se utilizan las geometrías no euclídeas descubiertas en el siglo XIX. Los tres ángulos de un triángulo ya no suman dos rectos.

En el último siglo se multiplican los estudios sobre el caos, los fractales, los atractores extraños y demás conceptos de estas materias en las que Poincaré fue uno de sus iniciadores. Hoy, Illya Prigogine (premio Nobel en 1977), si viviese, continuaría investigando las pequeñas diferencias que se dan cerca del punto de equilibrio inestable para sacar orden del caos.

Y, el concepto de infinito, al que Cantor se asomó y perdió la cordura, ¿no es también una singularidad como el Bing Bang?

Día a día surgen más ejemplos de que la ciencia no puede avanzar si no hace más hipótesis ad hoc como la del non fingo de Newton. ¿Era éste el único camino posible?. Presos en el dualismo platónico de materia e ideas, nos cuesta mucho, ahora, el monismo atomista que nos permitiría ver el cuerpo y la mente como un todo. Quizá arrumbamos demasiado pronto a los epicureistas y su clinamen.



Bibliografía básica:

Deleuze, Gilles, “El Pliegue. Leibniz y el Barroco”, Barcelona 1989. Ed Paidós

Hawking, Stephen, “A hombros de gigantes”, Barcelona 2003, Ed Crítica

Lucrecio, “De la naturaleza de las cosas” edición de A. García Calvo. Madrid, 1983 Ed Cátedra

Prigogine, Ilya. “El fin de las certidumbres”, Madrid 1997. Ed Santillana Taurus

Serres, Michel. “El nacimiento de la física en el texto de Lucrecio” Valencia 1994, Ed Pre-textos

Stewart, Ian. “¿Juega Dios a los dados? La nueva matemática del caos” Barcelona 1996. Editorial Grijalbo Mondadori.

Steward, Ian. “De aquí al infinito. Las matemáticas de hoy”, Barcelona 2004. Ed. Crítica

Zellini, Paolo. “Breve historia del infinito”, Madrid 2004, Ed Siruela

Comentarios

Antonio ha dicho que…
Buen artículo y un blog fantastíco.Felicídades.

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