NUESTRO SISTEMA ECONÓMICO

En todos los manuales de introducción a la economía hay un esquema que, con unas u otras palabras, trata de exponer de forma simplificada cómo funcionan las instituciones y sus relaciones en nuestro sistema económico. Se le suele llamar “El Flujo Circular de la Renta”. Voy a exponerlo en primer lugar, para analizarlo después con algún detalle y subrayar los puntos oscuros que, casi siempre, pasan inadvertidos.
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FLUJO CIRCULAR DE LA RENTA

Se parte de que en una economía cerrada (sin intercambios con otros países) hay dos conjuntos de instituciones que toman decisiones: Las familias y las empresas. Por “familias” debe entenderse las personas, los humanos, los clanes, las tribus, etc., incluidos los dueños de las empresas cuando no actúan como empresarios. También suelen denominarse como “Economías Domésticas”. A su vez, por empresas entenderemos todo tipo de instituciones con ánimo de lucro: corporaciones, sociedades anónimas y limitadas, empresarios autónomos, grupos de empresas, multinacionales, explotaciones agrícolas, etc., que producen dos tipos de bienes: productos o servicios para el consumo de las familias, y bienes para producir más bienes, es decir, bienes de inversión: máquinas, instalaciones, construcciones, etc., que se destinan a otras empresas.

Estos dos conjuntos, familias y empresas, se relacionan entre sí por dos conductos distintos, cada uno con su correspondiente institución de intercambio: el Mercado de Bienes y Servicios y el Mercado de Factores Productivos.

Las familias, las economías domésticas, tienen tierra, capital (dinero) y fuerza de trabajo (mano de obra) pero también tienen necesidades que satisfacer: alimentos, vestido, hogar, educación, ocio, medicinas, etc. Para satisfacer estas necesidades primero venden (o alquilan) lo que tienen a las empresas: aportan capital para la constitución y ampliación de las mismas (acciones, participaciones, obligaciones financieras o cualquier otra forma), venden tierra para sus instalaciones y explotaciones agropecuarias y, por último, ponen a sus miembros a trabajar en esas empresas. Este flujo se realiza a través del Mercado de Factores Productivos (la Bolsa, las instituciones de intermediación de empleo, las agencias inmobiliarias, etc.) al que acuden las empresas para adquirir aquellos factores que necesitan. A cambio, pagan un dinero por esos factores que ingresan las familias.

Con el dinero obtenido por la venta (o alquiler, o cesión temporal, etc.) las familias acuden al otro mercado, el Mercado de Bienes y Servicios (mercados de abastos, comercio, agencias de viajes, hoteles, etc.) y adquieren todo lo que necesitan para satisfacer sus necesidades lo mejor posible. Las empresas venden allí los productos y servicios que han fabricado y con el dinero obtenido pagan los factores productivos (tierra, trabajo y capital), con lo que vuelve a empezar el ciclo. En resumen, las familias consumen y las empresas producen. Las empresas producirán aquello que crean que van a consumir las familias, tratarán de satisfacer la demanda de las familias. Las familias deciden, en última instancia, qué deben fabricar las empresas y, éstas, a su vez, deciden cómo deben fabricarlo, con qué combinación de factores, con qué tecnología. Como se ve, es un doble flujo circular: El flujo del dinero en un sentido (pongamos como las manecillas de un reloj) y el flujo de los bienes, servicios y factores de producción en sentido contrario.

La descripción anterior ha pretendido ser la más simple y ortodoxa posible, pero conviene completarla con algo más y, aún así no hay que alarmarse, continuará alejada de la complejidad de una economía real, pues el objeto de estos apuntes es que sean comprensibles sin perder rigor conceptual.

Falta el Estado. Efectivamente, en el esquema descrito falta el Estado, o las Administraciones Públicas en su conjunto (ayuntamientos, comunidades provinciales y regionales, estado central, organismos supranacionales, etc.). Pero es fácil incluirlo: basta con imaginar que hay un ente fuera del esquema que detrae fondos del circuito de flujos monetarios y los devuelve, en especie, a través de un mercado sin precio. Obtiene fondos de las familias y de las empresas y los vuelve a poner en el sistema en forma de carreteras, hospitales, colegios o pensiones. Con ello pretende corregir algunos fallos obvios de los dos mercados del esquema: las empresas no compran mano de obra mayor de edad, ni estarían dispuestas a prestar atención sanitaria a ciudadanos sin recursos, ni a unir con carreteras poblaciones de escasos habitantes y crecimiento, ni a garantizar la igualdad de oportunidades en la educación.

El segundo complemento es el sistema financiero. Veamos: Se ha visto que las familias deciden el consumo (la demanda) y las empresas deciden las inversiones (la oferta), pero no lo deciden coordinadamente sino por separado y en distintos tiempos. Las familias pueden elegir entre consumir o ahorrar. Si la parte que se dedica al ahorro coincide con las necesidades que tienen las empresas para nuevas inversiones no habrá problema, y este flujo se canaliza a través del ya conocido Mercado de Factores Productivos. Pero si no coinciden (que es lo habitual) hace falta otro ente (sistema financiero) que almacene los excesos de ahorro en unos periodos o que genere nuevo caudal monetario en otros, cuando las empresas necesiten más dinero para inversiones que lo ahorrado en ese almacén. Del funcionamiento de este complemento en el esquema básico se ve con claridad que un aumento en las decisiones de ahorrar, si las empresas no desean aumentar la inversión, es como una sangría en el flujo normal de la renta, como un poro en la manguera del jardín: la economía decaerá lentamente, perderá fuerza y vigor. Por el contrario, si se quiere aumentar la inversión aunque las familias no quieran dedicar mayor porcentaje al ahorro, el sistema financiero creará recursos (dentro o fuera del país) y el flujo será cada vez más potente, la economía crecerá.

APOSTILLAS AL FLUJO CIRCULAR DE LA RENTA

Las cosas funcionan así aquí (economías occidentales) y ahora (final de la época moderna que se inició en el siglo XVI), pero no siempre ha sido así y, por tanto, no debemos pensar que no hay otras formas mejores de organizarnos. En el sistema feudal las cosas eran muy distintas, los mercados apenas tenían importancia (preferencia del trueque), no había empresas tal como las conocemos ahora, las decisiones correspondían al señor o al príncipe, las familias solo aspiraban a una mínima seguridad y sustento para sobrevivir. En épocas recientes algunos países funcionaban con una economía planificada por una autoridad central (aún quedan vestigios en Cuba y en países orientales), en los que las decisiones sobre qué y cómo producir se planifican desde el centro, quedando los mercados reducidos a su mínima expresión. Hoy, la opinión general es que todos esos sistemas alternativos han fracasado por unas u otras causas y que, por tanto, el único bueno es el sistema capitalista occidental. De acuerdo, pero no es nada bueno que solo haya una opinión general (pensamiento único) pues la historia nos ha enseñado que el progreso en las ciencias y en la vida viene de la confrontación y la crítica de los sistemas anteriores por muy generales y universales que fuesen: durante casi veinte siglos se creyó que la tierra no se movía y que era el Sol el que daba vueltas a su alrededor, hasta que llegaron Copérnico, Kepler, Galileo y otros y demostraron lo contrario.

Además, aunque el sistema económico actual funcione mejor que los otros, se tienen serias dudas sobre su pervivencia a medio plazo, nos parece injusto en muchos aspectos y, con seguridad, es manifiestamente mejorable. Por todo ello se exponen estas apostillas con el ánimo de incitar al lector hacia un pensamiento crítico, generador de nuevas y mejores concepciones sobre la forma de organizarnos.

Para empezar fijémonos en las familias. En el esquema aparecen como dueñas del universo: tienen y venden los factores productivos (tierra, trabajo y capital), pero la tierra, los bosques, las minas, el mar, el subsuelo y todos los recursos naturales ¿son realmente de los humanos? ¿podemos hacer lo que queramos como lo estamos haciendo, o son, más bien, un legado que hemos de devolver en las mismas condiciones en que lo tomamos?. El dinero que las familias obtienen de la venta o alquiler de lo que llamamos “tierra”, pueden gastarlo en consumo o en ahorro (que, como se ha visto, luego se convierte en inversión). ¿No se debería apartar una parte de esos ingresos para reponer el deterioro sufrido por la tierra y volverla a su estado original? ¿Quién repone las minas o las bolsas de petróleo, los bosques y los mares? A los conceptos actuales de consumo y ahorro debería añadírsele un tercero, reposición, amortización o como se quiera, que garantizase la supervivencia del planeta. La tendencia actual es la contraria: los humanos nos apropiamos cada vez más de los bienes llamados “libres” porque no entraban en los circuitos económicos: el aire (navegación aérea y espacial), los mares (delimitaciones en millas desde las costas, piscifactorías), los montes (delimitaciones, roturaciones, vías de uso privativo), el paisaje (en el Gran Cañón del Colorado han instalado un mirador que, por supuesto, no es gratis), hasta se están patentando los genes de células con vistas a su explotación comercial. Hay que confiar en que la tecnología no haga posible el control de la luz del Sol, porque de lo contrario los pueblos tendrían que pagar un canon por algunas horas de sol al día.

Observemos ahora cómo funcionan los mercados. Por definición, en el mercado se llega a un acuerdo (precio) entre las partes vendedora y compradora. Para llegar a ese acuerdo, primero las partes tienen que negociar, pero nunca podrán hacerlo libremente si no disponen de un caudal de información equivalente. La información es poder y las dos partes no tienen el mismo poder de negociación, siempre hay una más poderosa en detrimento de la débil. Parece que no se puede hace nada por corregirlo. Es más, a muchos les parece normal y natural. ¿Cuánto poder de negociación se tiene cuando se busca un empleo? Y, en esas circunstancias, ¿cabe esperar que quién consiga el empleo va a tener, además de su salario, otros incentivos para proseguir su realización personal?

En el otro mercado, el de bienes y servicios, la situación es análoga. No dude que la empresa vendedora tiene más información que usted, tanto sobre el producto como sobre las circunstancias del mercado. En este mercado se pone de manifiesto, además, una falacia implícita en la descripción del esquema: Se ha dicho allí que la decisión sobre qué cosas deben producirse en una economía corresponde a las familias, es decir a los consumidores que, cuando adquieren bienes en el mercado, están votando por esos bienes, con lo que las empresas toman nota para producir más bienes de esa clase. Cada euro, cada dólar es un voto. Pero en este símil cada persona no es un voto. Hay personas que tienen muchos votos, por tanto deciden más que otros que programas de TV hay que producir, por poner un ejemplo. Pero es que, además, las modas y la publicidad auspiciadas por las empresas productoras nos inducen a votar (léase comprar) lo que ellas quieren. Es extraño que con el poder teórico que tienen los consumidores en este sistema económico no ejerzan más y mejor (a través de instituciones que promuevan su formación en este aspecto) ese poder.

Nos queda, por último, el mundo de las empresas. La empresa de responsabilidad limitada (la inmensa mayoría de las actuales) es el mayor invento de este sistema económico. Las hemos dotado de personalidad jurídica (personas jurídicas) y hemos descargado en ellas toda la responsabilidad de lo que hacen: bueno o malo. Los propietarios de las empresas no tienen ninguna responsabilidad, más allá del dinero invertido. Si BP ha contaminado el Golfo de México, ningún accionista pagará por ello. Los administradores y técnicos, empleados al fin y al cabo, sí pueden tener responsabilidad, pero los socios, propietarios del capital, no. Hace 200 años los empresarios tenían que asumir su responsabilidad y sólo en casos muy especiales (casi siempre ligados a inversiones de una envergadura y riesgo muy superior a las posibilidades de cualquier empresario) disponían de una suerte de concesión, por parte de los estados, que los exoneraba de esa responsabilidad. (Véase el demoledor documental de Mark Achbar “The Corporatión”, Canadá, 2003. www.thecorporation.com hay versión en castellano)

Si es cierto que la mayor parte del éxito de nuestro sistema económico se debe a la proliferación de esta modalidad de empresas, también lo es que con ellas el sistema está llegando a su punto culminante y ya se atisban excesos que podrían estar haciendo reaccionar a la sociedad (lo que hemos llamado “familias”): Las empresas, con sus cohortes de expertos, nos dicen qué debemos estudiar, cómo viviremos mejor y seremos más felices. Las hay para organizar y garantizar el éxito de los viajes de los jefes de estado (incluido el del Vaticano), para diseñar y realizar el proyecto de convivencia en las grandes ciudades (olimpiadas, eventos, etc.), para organizar el ocio (parques temáticos, viajes al espacio), para investigar o para producir armas de destrucción masiva. En cualquier actividad que se nos ocurra habrá una empresa para ello. Y, si sale mal, ni las empresas ni sus dueños van a la cárcel. En la más estricta racionalidad ¿se podía inventar nada mejor? Alguien puede pensar que con tanto poder y libertad de acción debería haber algún tipo de control. Y estaría en lo cierto. También se ha previsto. Se han inventado otras empresas (con la misma modalidad) para controlar a las primeras…

Cada vez más, las familias (las economías domésticas) delegan todas sus decisiones en las empresas, desplazando hacia ellas el protagonismo y el núcleo del sistema económico. De todos los actores e instituciones que aparecen en el esquema del flujo circular de la renta, el único conjunto que se compone de personas es el de las familias y, sin embargo, aparece cada vez más desvaído en beneficio del conjunto de las empresas. Éstas tienen más y más poder, y pocos se extrañan que sean capaces de derribar gobiernos democráticamente constituidos por la vía de dictar los presupuestos generales de un país so pena de negar la financiación necesaria, de obligar a recortes que afectan a toda una nación, si quieren continuar existiendo como tal. Se dirá que se trata de medidas repletas de racionalidad, que no son caprichosas o arbitrarias, que se hacen de buena fe. Cabe esa posibilidad. Hay tantos puntos oscuros en nuestro sistema económico que, con frecuencia, me viene a la mente aquel grabado de Goya, uno de sus Caprichos: “El sueño de la razón produce monstruos”

La lógica de este sistema económico no es la única posible. Debemos verlo como un ensayo de organización económica, aprender de sus fallos y mirar hacia nuevos horizontes.

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