ACERCA DE LOS ECONOMISTAS

La economía como estudio analítico de los hechos económicos nace en 1776 con la publicación de Investigación sobre las causas y la naturaleza de la riqueza de las naciones, (abreviadamente: La Riqueza de las Naciones), escrito por el escocés Adam Smith. Desde entonces, los economistas basan sus investigaciones con dos fines principales:

Finalidad objetiva: Asesorar al príncipe, aconsejar al poderoso. Da igual que el príncipe sea el soberano de una nación o el jefe de un sindicato, o el empresario, o la presidenta de una asociación de amas de casa. Es fácil observar como los economistas parece que tienen vocación de número dos en toda jerarquía, ya se trate de política, o de negocios, o del mundo cultural o de cualquier grupo que se forme con objetivos de poder. En lenguaje actual se diría que todo líder debe tener un economista al lado. Por descontado, todos son conscientes que el economista, al aconsejar, tratará de influenciar.

Finalidad subjetiva: Entender cómo funciona la sociedad, cómo nos comportamos los humanos. En la actualidad, esta finalidad se ha corrompido bastante pues, con frecuencia, este conocimiento se hace casi exclusivamente desde una perspectiva “económica”, como si solo interesara aquello que se pueda traducir en dinero, en valor monetario. En esencia, esa aproximación al funcionamiento de la sociedad debe hacerse desde todos los puntos de vista que proporciona la filosofía: ético, sociológico, sicológico, etnológico, histórico, etc…, incluso desde la estética y la metafísica. No hay que olvidar que Adam Smith era profesor de moral cuando se puso a investigar el funcionamiento de los mercados para mejor explicarlo a sus alumnos.

Es fácil deducir que, con unos fines como estos, los economistas siempre anden con disputas entre ellos y no encuentren la forma de ponerse de acuerdo. Los hay que ven en el mercado la solución de todos los desajustes (monetaristas), los que aprecian el mercado pero siempre que esté regulado y controlado (institucionalistas) y los que ven en el mercado más vicios que virtudes (marxistas). Para unos el Estado es un freno, que debería limitarse a labores de seguridad y representación, para otros el Estado lo es todo. Y, entre los dos extremos, toda una cohorte de familias y clanes: los keynesianos, los neoinstitucionalistas, los de la escuela del desequilibrio, los de la regulación, los del bienestar, los evolucionistas, los de la economía experimental, los socioeconomistas…

Mientras duró el experimento marxista, hasta la caída del muro de Berlín en 1989, hubo dos concepciones económicas diametralmente opuestas: la URSS y el Occidente desarrollado. Todas las demás naciones escogían a sus asesores economistas en función de sus simpatías más o menos fuertes hacia uno u otro lado. Hoy, todo economista sabe que si quiere progresar como asesor debe militar en la ideología triunfante. También en ella encontrará disputas y diferencias, pero serán solo de matiz.

No obstante, hay un nuevo y urgente reto en el horizonte que debería ser capaz de modificar totalmente las actuales preocupaciones de los economistas y es el de investigar cuánto nos durará el planeta a este ritmo de vida, cuál es el coste de basar el crecimiento y el progreso en el consumo masivo, qué leyes económicas imperarán si los adelantos tecnológicos no bastan para garantizar la sostenibilidad de nuestro entorno. Para ello, los economistas deben hacer previamente un serio examen de conciencia y expresar porqué no incluyeron los costes de reciclaje en los costes de fabricación de cada producto, porqué calcularon los costes de explotación de una mina como si ésta fuese inagotable, porqué creyeron que el beneficio es la diferencia entre el precio y los costes, sin contar con la reparación de los daños sufridos por el planeta. En resumen, porqué se olvidaron de restar. De restar a los beneficios del progreso los costes de reposición.

La tarea es inmensa pues hay que repensar toda la economía: las leyes, los teoremas, los efectos, las curvas y gráficos. Todo. Las curvas de oferta y demanda no se podrán representar en cualquier parte del cuadrante cartesiano. La ley de la ventaja comparativa, de Ricardo, tiene otro significado. Las teorías del crecimiento actuales son poco más que papel mojado. La globalización, el paro, la renta, etc. se han de abordar con otros supuestos de partida. Si, a lo largo de los dos últimos siglos, el énfasis de los economistas había pasado de los problemas de la producción a los de la distribución, es necesario retornar a los primeros y construir una nueva economía, pero esta vez sin olvidarse del agente económico que nos contiene a todos: la Tierra.

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