La Bolsa y la ruleta


(Edgar Degas, En la Bolsa)

Comparar la Bolsa con un casino de juego es un tópico que, como todos, encierra algo de verdad pero que también contiene diferencias insalvables como veremos. Todavía hoy se utiliza la expresión “jugar a Bolsa” como sinónimo de invertir en acciones. Acciones es el nombre que se da a las participaciones en el capital de una sociedad mercantil que, además, lleva el apellido de “anónima” para significar que la responsabilidad de los accionistas se limita al importe monetario de su participación. No tienen ninguna otra responsabilidad, aunque los actos de la sociedad sean delictivos. En Europa los accionistas no son anónimos pues, por obligación, hay registros en cada sociedad con el nombre y demás datos suyos. En otros países, especialmente en los llamados paraísos fiscales, existen las sociedades “off shore”, cuyos accionistas sí son anónimos pues sus datos sólo figuran en expedientes cerrados y lacrados que se guardan en las cajas fuertes de algunos figurantes, como notarios, letrados y brokers.

Cuando se compran o venden acciones se hace por un precio que poco tiene que ver con el valor contable u objetivo de esa participación en la compañía, sino que refleja las expectativas de futuro. Las acciones no se comen, ni sirven para ninguna otra cosa como no sea para venderlas, excepto si se tienen en una gran proporción en cuyo caso el objetivo tiene que ver con el poder. Así pues, la inmensa mayoría de las veces, cuando se juega a Bolsa se arriesga por un futuro y, por tanto, podemos rebajar ese riesgo cuanta mayor sea la información de que dispongamos. Es un problema de información. Si en ningún mercado la información entre comprador y vendedor es la misma, en el caso de la Bolsa esta asimetría cobra caracteres grandiosos a pesar de las apariencias, como publicidad de los precios (cotizaciones), literatura bursátil, análisis de grandes expertos, supervisión de autoridades específicas, etc. El estudio de estas asimetrías en la información, no solo en la Bolsa sino en todos los mercados, supuso que el Banco de Suecia le concediera el “Premio de Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel” a Joseph Stiglitz en 2001. (El premio Nobel de Economía, el de la Academia Sueca, no existe como tal)

En el mundo capitalista hay dos tendencias en la forma de obtener esa información esencial. Por un lado están los que prefieren el llamado “análisis fundamental” que se basa en la información que proporcionan las propias empresas (memorias de resultados, juntas de accionistas, planes de inversión, balances, etc.), compararla con la de su competencia, y enmarcar todo eso con las tendencias generales de la economía. Se trata de un método tradicional que hace previsiones en función del pasado. Frente a esa forma, cobra más auge cada vez la basada simplemente en los gráficos de cotizaciones, es la llamada “chartista” (de chart: carta o gráfico). El principal argumento que esgrimen por su preferencia es, más o menos, como sigue: La información de los balances y de la propia empresa suele estar falseada y está retrasada. La verdadera información la tienen los consejeros y administradores de las compañías, y ellos actúan en consecuencia. Por tanto, analizando diariamente los movimientos de compras y ventas en un gráfico, estaremos en condición de comportarnos como ellos, o casi, aunque no tengamos toda su información. Es un argumento pragmático que, en apariencia, desafía la posibilidad de un conocimiento científico en esta materia. A partir de ahí, elaboran sus “teorías” según las formas del gráfico: hombro – cabeza – hombro, picos de sierra, etc., y hablan de “techo” o “suelo” de un valor. Todo ello sin renunciar a explicaciones sicológicas.

En la práctica diaria, la mayoría de analistas y expertos utilizan ambos métodos según les convenga, disponiendo de una coartada doble para justificar sus errores. Si todo el mundo dice que la Bolsa subirá, no hay duda que la Bolsa subirá (todos querrán comprar y, por tanto, harán que la Bolsa suba). Tampoco hay temor a equivocase si se afirma que la Bolsa subirá, pero sin decir cuando.

En cualquier caso, el analista de Bolsa trabaja por obtener la mayor y mejor información y procura hacer el mínimo caso a su intuición. El inversor, en cambio, es más propenso a la intuición salvo que tenga buena información de los que verdaderamente mueven el cotarro, o sea capaz de entender el análisis de los expertos. Como la información privilegiada es escasa ( está prohibida legalmente) a no ser que se pertenezca a esa élite, y la de los analistas es muchas veces obvia o intrascendente, al inversor medio no le queda otro remedio que dejarse llevar por la corriente o hacer caso a su intuición. Y, aquí, la Bolsa empieza a parecerse a una ruleta. Si compro una acción porque creo que va a subir, es igualmente cierto que quien me la vende cree que va a bajar ¿Quién de los dos tiene mejor información? En Bolsa se contraponen las informaciones. Esa es la principal diferencia con la ruleta, cuyo mecanismo interno no tiene información. En la ruleta se juega contra la máquina.

Muchos inversores sienten más placer cuando aciertan basándose en su intuición que cuando lo hacen por cualquier otra razón. En los años setenta había un grupo de inversores (club de inversión) en Barcelona que todos los días iban a las sesiones de Bolsa, utilizaban las reuniones mensuales del club de inversión para adquirir más información de nosotros, analistas “fundamentales”, y se intercambiaban rumores o información “privilegiada” (por entonces a nadie se le había ocurrido prohibirla). Pues bien, algunas veces celebraban las reuniones del club en un casino de Francia, (Amélie les Bains o Le Boulou. En España no estaban autorizados todavía), con una sesión de lo más formal, con actas, documentos y nuestras exposiciones analíticas, tras lo cual se abría la fase intuitiva de ruleta. Eran momentos liberatorios ¡Basta ya de información!

En otra ocasión, estando en Miami, realizamos un vuelo relámpago de seis horas a Freeport, en las Bahamas, para que mi compañero, profesional de la Bolsa de Barcelona, pudiera satisfacer su gusanillo por el riesgo, pues la Bolsa en España llevaba más de dos años bajando y, claro, no era fácil soportar tanta inactividad.

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