COSTE DE OPORTUNIDAD (Economía)

COSTE DE OPORTUNIDAD



En cualquier manual de introducción a la economía se presenta, en las primeras páginas, el concepto de “coste de oportunidad” como la necesidad de renunciar a algunos bienes para obtener otros. Hay que elegir. Es imperativo decantarse por una opción. Y esto es así, se argumenta, porque la Economía se refiere a bienes escasos, bienes que hay que producir, o se los llamados bienes “económicos”. Los recursos, que siempre son limitados, se emplean en la producción de unos u otros bienes económicos. Los bienes “libres” como el aire, el sol, la lluvia, etc. no se contemplan en la economía. El amor, el orgullo, el miedo, y todos los sentimientos no son ni siquiera “bienes”.

Con unas u otras palabras se designa, a menudo, como la principal función de la economía a la problemática de esa asignación de bienes escasos (recursos), susceptibles de usos alternativos, para la mayor satisfacción de los consumidores. Esto es especialmente cierto en la “economía positiva”, en la economía práctica (no en la teórica o especulativa), que es la economía que, a pesar de sus limitaciones como veremos, es la que predomina a nivel global en nuestro tiempo, amparada en la corriente neoliberal imperante.

A continuación se suele advertir que el coste de esa opción se debe medir en términos de los otros bienes a que se renuncia. Es decir, el coste de oportunidad no se mide en monedas si no en los demás bienes. Si en mi limitada huerta (recursos limitados) prefiero hacer 10 Kg. de tomates más, aunque para ello renuncie a 50 lechugas, el coste de oportunidad será de un Kg. de tomates por cada cinco lechugas. O sea, comparamos peras con manzanas.

La economía positiva, cuyos métodos de conocimiento han sido inspirados por los de las ciencias físicas tras sus espectaculares logros en la época moderna, trata de corregir este tipo de comparaciones que repugnarían a un físico (siempre trabajan con unidades homogéneas), diciendo que, en la práctica, la elección se realiza comparando unos valores homogéneos que son los precios de mercado. Es decir: como conocemos los precios no es difícil calcular el coste de oportunidad de un bien respecto a otro u otros.

El coste de oportunidad se convierte así en un concepto sencillo, puro, fácil y práctico, que junto a muchos otros como demanda, oferta, mercado, precio, renta, etc. sirven para construir un conjunto de teorías que explicarán el comportamiento de los consumidores. Pero veamos en la formulación del coste de oportunidad cuántas simplificaciones hemos tenido que hacer, y por tanto, qué nos hemos dejado en la cuneta. Porque podría ser que eso que hemos dejado fuese fundamental para explicar el comportamiento, y en cualquier caso para explicar las diferencias entre las teorías de la economía positiva y el comportamiento real observado.

En primer lugar, si fuera cierto que el principal problema que atañe a la economía es de la elección entre bienes escasos, y por tanto el de la asignación de recursos limitados, parecería que tal economía se refiere a relaciones entre personas y cosas escasas, y no entre personas entre sí. Este segundo tipo de relación aparece, de esta forma, como derivado del primero y desembocaría forzosamente en un concepto de la economía como estudio de las luchas entre las personas para aumentar su capacidad de elegir, para que el coste de oportunidad en sus decisiones fuese lo más bajo posible, en el estudio de los intentos para conseguir el máximo poder. El “homo economicus” de los marginalistas y padres de la economía positiva es la abstracción de un ser puramente egoísta, que sólo busca su propio provecho, ignorando sentimientos como el altruismo, la compasión, o el amor. Es la deshumanización de la economía.

Por suerte, la anterior no es la única forma de entender la economía. Existe paralelamente otro concepto de la economía, directamente heredera de los primeros economistas, los llamados “clásicos” entre los que se encuentran Smith, Ricardo, Malthus, Say, Mill, Marx y otros, quienes entendían la economía como el estudio de las formas de aumentar la riqueza de los pueblos mediante el trabajo de los hombres. La economía era (y debe continuar siendo) “economía política”, y por tanto formando parte de un todo social, del que no se puede excluir los imperativos morales como la justicia o la equidad, ni los sentimientos como el temor o la compasión, la euforia o la desesperanza, etc. En su discurrir se tienen en cuenta todas las relaciones entre las personas, de cooperación y de conflicto, y cuyos objetivos prácticos van evolucionando desde el ya mencionado de aumentar la riqueza, al de conseguir un reparto más equitativo, o al de evitar el agotamiento de nuestro habitat: el planeta Tierra. Desde este enfoque, el concepto de coste de oportunidad resulta prácticamente irrelevante, además, por lo que sigue.

En segundo lugar, no es cierto que las personas ante la necesidad de elegir entre bienes escasos lo hagan siempre por motivos económicos cuantificables. En la selección de una determinada opción entran otros factores, a veces con mayor peso: la simpatía, la emulación, la moda, la publicidad, la autoridad del consejero…o, simplemente el orgullo o el deseo de marcar diferencias. En una sociedad cohesionada es importante la recomendación de las autoridades, en otras sociedades puede influir el deseo de disgregación o independencia. Es fácil ver que una teoría basada en conceptos sencillos como el coste de oportunidad o el “homo economicus” y que no tuviese en cuenta todo el conjunto de factores individuales y sociales que pesan en las decisiones, corre el riesgo del fracaso cuando presenta sus conclusiones con la pretensión de acercarse a la realidad y explicarla mejor que las teorías anteriores (prueba definitiva en el método científico).

Por último hay que denunciar otra simplificación que se produce al cuantificar, con finalidad práctica, el coste de oportunidad: no es cierto que el precio de un bien sea su auténtico valor. Cuando se plantea la comparación entre bienes para elegir a quien asignar los recursos escasos de que disponemos, tratamos de valorar esos bienes. Les asignamos un valor que puede ser muy diferente de su precio (precio de mercado), pues en éste no se contempla siempre valores como la cantidad de trabajo incorporado, la oportunidad, la innovación, el esfuerzo extraeconómico en la obtención de las materias primas, la formación del personal, etc. Hay además factores subjetivos que profundizan esa diferencia. En su contra se argumenta por parte de los defensores del mercado que, al final, al determinar el punto donde se cruzan la oferta y la demanda en el mercado, unos y otros tienen en cuenta todos esos factores y que, por tanto, se puede establecer una equivalencia entre valor y precio efectivo. Eso sólo podría aceptarse en un mundo ideal donde no hubiese monopolios ni situaciones oligopolistas, donde todos los agentes estuviesen perfectamente e igualitariamente informados, donde no hubiese trabas para la creación y desaparición de empresas, donde no se pudieran distinguir productos iguales a través de marcas y subterfugios. En fin en lo que los economistas llaman competencia perfecta, que como sabemos es la menos común de las situaciones. En todas las demás, que son las más, precio y valor no coinciden.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Soy de la opinión de que precio y valor jamás, nunca, nunca, nunca coinciden. La razón de esa afirmación es que el precio es algo lamémoslo físico, material, y el valor es algo que posee elementos subjetivos difícilmente cuantíficables porque contiene emociones, recuerdos, estimas que no veo encuadradas en una cifra.

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