LOS COSTES EN LAS EMPRESAS

Para tomar decisiones acertadas el empresario debe tener claro las distintas clases de costes en los que incurre. Esto no le garantiza el éxito, pero le ayudará a saber dónde tiene los puntos débiles internos. En esta exposición, como en todas las etiquetadas “economía para no economistas”, se tratará de exponer meramente los conceptos, ayudada con ejemplos, sin mayores pretensiones que las de hacer que el lector se familiarice con este lenguaje.


A veces, en economía, los nombres con los que se designan algunos conceptos de coste no significan lo mismo que en contabilidad, por lo que se requiere prestar atención para poder descifrar los informes contables buscando su equivalencia o parentesco. Pero no es difícil.

Algunos costes ni siquiera aparecen en la contabilidad, o si lo hacen, se confeccionan con criterios muy distintos. Son los llamados costes imputados y se refieren al coste de los factores que ya son propiedad de la empresa. Su valor debería estimarse con los criterios del COSTE DE OPORTUNIDAD, concepto fundamental que hace referencia a recursos susceptibles de usos alternativos. El coste de oportunidad de un componente, de un factor, de un recurso elegido, sería el valor del sacrificio del recurso, componente o factor de producción que no ha sido preferido es esa ocasión. Si una empresa decide comprar coches para sus directivos, el coste de oportunidad será el valor de los billetes de avión, tren, taxi, etc. o el de un servicio de alquiler (renting), o el de una agencia especializada en viajes para directivos. Como se ve no es fácil calcular ese valor pues pueden haber muchas alternativas, por eso no aparecen en la concreción contable, aunque el empresario siempre los tiene en cuenta. Los principales costes imputados son tres:

Coste del dinero: Una empresa que tiene suficientes fondos propios (dinero) puede utilizarlos en su propia producción o dejarlos en un banco a un tipo de interés. Si hace lo primero, cuando calcule contablemente sus beneficios a final de año, debería restarles los intereses que ha dejado de percibir por haber preferido la primera alternativa. No es habitual que las empresas tengan en cuenta este concepto.

Coste de las ventajas comparativas: Las empresas tratan de obtener ventajas respecto a sus competidoras: Puede ser una patente, o una localización especial de su establecimiento en el mejor sitio de la ciudad, o la exclusividad de una marca conocida, o cualquier otra ventaja. El empresario puede decidir entre utilizar esa ventaja o cederla en alquiler por un canon, o incluso, venderla. Por tanto si decide utilizarla, deberá añadir a los costes contables el coste de utilización, calculado como lo que hubiera obtenido de cederla a un tercero. Fijémonos que se incurre en este coste aunque esa ventaja se hubiera obtenido gratuitamente, y que este concepto de coste es independiente del coste de adquisición (coste contable) en caso de compra inicial.

Coste de depreciación: Todas las herramientas, instalaciones, máquinas y utensilios que se utilizan en una empresa pierden valor por su uso a lo largo del tiempo o se vuelven obsoletos por la aparición de otros más eficientes. El empresario debe tener en cuenta el coste de reponer esos elementos, y hacerlo calculando el precio actual de cada uno de ellos, del que restará el precio de segunda mano del que actualmente utiliza. Ejemplo: Si hace dos años compró un ordenador por 1.000 Euros, supone que lo va a utilizar dos años más y sabe que el precio de uno nuevo es de 1.200 Euros y que no podrá obtener más de 200 Euros cuando venda el que tiene, su cálculo debería ser: 1.200 (precio del nuevo) menos 200 (venta del suyo usado), dividido por cuatro años de vida útil, le supone un coste por depreciación anual de 250 Euros. Este concepto de coste en terminología contable se llama amortización y consiste en unas anotaciones que van engrosando un fondo de amortización según unas normas generales dictadas por las autoridades, por lo que es difícil que coincidan con las calculadas por el empresario para el caso real de su empresa concreta.

Los tipos de costes descritos forman parte de los llamados costes fijos que son aquellos en los que se incurre antes incluso de empezar a fabricar nada. Son costes por abrir la puerta, por el simple hecho de tener una empresa en activo. Se les podría llamar costes inevitables (con frecuencia se llaman gastos generales). No varían con el nivel de producción. Algunos ejemplos de costes fijos pueden ser: el alquiler del edificio y sus instalaciones, el salario del personal administrativo (y en muchos casos también el del personal de producción, por lo menos en cuanto a su salario base, sin incentivos, horas extras, pluses de productividad, etc.), las primas de los seguros, las cantidades fijas de los servicios como electricidad, telefonía y otros, la publicidad y propaganda contratada, las licencias, permisos e impuestos fijos (incluida la mayor parte de las aportaciones a la Seguridad Social de los empleados), los gastos financieros de los créditos obtenidos, y muchos más.

Todos los costes restantes son costes variables porque dependen del nivel de producción. Si no se fabrica nada no aparecen estos costes. Son costes evitables, por comparación con los anteriores. Entre los principales estarían los relativos a las materias primas empleadas, al consumo de energía y otros servicios (agua, gas, teléfono, etc.) y a la parte de gastos de personal que se pagan en función de la producción, así como combustible y dietas para desplazamientos, comisiones a los vendedores, etc.

Para facilitar el análisis, en economía todos estos costes se agrupan en conceptos más amplios: La suma de todos los costes fijos será el coste fijo total (CFT), y la de todos los variables será el coste variable total (CVT). Y el conjunto de ambos será el coste total (CT). Hasta aquí todo muy sencillo y de sentido común, pues continuemos así.

Si la empresa produce un número determinado de bienes o servicios, dividiendo los anteriores costes totales por ese número, obtendremos los costes medios o costes por unidad de producto o servicio, así: coste fijo medio (CFMe), coste variable medio (CVMe) y coste medio total o coste unitario (CMeT). Pero en la práctica no es tan sencillo, pues no hay ninguna empresa que produzca una sola clase de bien o servicio, y aunque lo hiciera aparentemente, es casi seguro que lo haría bajo distintos formatos de peso, capacidad, longitud, etc. Por tanto el número de unidades, el denominador por el que se dividen los costes totales no es tan fácil de obtener. Hay que uniformarlo calculando equivalencias para que sea un número homogéneo: En una embotelladora de refrescos, 1,8 unidades de medio litro pueden equivaler a una unidad de un litro. Es casi seguro que dos unidades de medio litro no tienen el mismo coste que una de un litro, porque hay que tener en cuenta no solo el contenido sino los envases y el trabajo de manipularlos. En casos más complejos (y más habituales) hay que definir criterios para decidir que parte de los costes fijos y variables se asigna a cada clase de productos o servicios que se producen.

Por último, en economía se utiliza un concepto más sutil y difícil de captar pero fundamental, el coste marginal (CMa), que se define como la diferencia en el coste total resultante de un cambio unitario en el nivel de producción. En otras palabras: el coste de producir una unidad más. Por ejemplo: si al aumentar la producción en cinco unidades, los costes totales se incrementan en diez Euros, el coste marginal de producir cada una de esas cinco unidades adicionales será de dos Euros (diez Euros dividido por cinco unidades). De ello se deduce que el coste marginal depende siempre de los costes variables (no hay coste fijo marginal). En este momento convienen dos puntualizaciones antes de continuar: la primera tiene que ver con los cambios en el nivel de producción. En este contexto se supone que las empresas no están trabajando a la máxima capacidad, que no se están utilizando todos los recursos de personal, de maquinaria e instalaciones, o financieros disponibles. Por tanto, el empresario tiene cierta flexibilidad para aumentar o disminuir la producción sin necesidad de hacer nuevas inversiones en sus plantas. Esta situación se llama de corto plazo. Si, por el contrario, para aumentar la producción se tuviese que pensar en nuevas instalaciones (o ampliaciones significativas de las existentes), lo que significaría traslados, nuevas inversiones, créditos, etc. se hablaría de largo plazo.

La segunda se refiere al adjetivo “marginal”. Aquí solo se ha definido el coste marginal, pero el concepto es mucho más amplio y aplicable a los ingresos (ingreso marginal) o a los rendimientos (rendimiento marginal). Siempre se trata de calcular esta variable en función de una pequeña variación en el nivel de producción. Tan importante es este concepto que, en la economía liberal, hay toda una corriente de pensamiento llamado marginalismo que construye sus teorías a partir del análisis marginal.

Como se ve, todos estos tipos de costes no son más que distintas formas de agrupar los mismos datos y, por tanto, siempre se pueden relacionar mediante sencillas operaciones matemáticas, lo cual es un alivio. En el corto plazo hay pocas variables y el problema principal para maximizar los beneficios se centra en encontrar el nivel de producción óptimo, el cual se encuentra en el punto en el que los costes marginales sean iguales a los costes medios totales y, ambos, inferiores al precio de mercado. Si el precio de mercado de su producto es inferior a ese punto la empresa debería cerrar, salvo que el empresario pueda obtener mejores precios, por ejemplo singularizando su producto con mejores diseños o vendiendo en otros mercados menos competitivos.

Por el contrario, a largo plazo no hay apenas factores fijos, todos son variables (que con el tiempo se convertirán en fijos) por lo que el empresario deberá utilizar todos sus conocimientos y una buena parte de su intuición para acertar en la ubicación, tamaño, tecnología, etc. de sus nuevas instalaciones.

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